Reseña a «Historia de la etnología. Los precursores»
Ángel
Palerm, 1974, Historia de la etnología. Los precursores, Ediciones
del INAH, México.
Introducción
La serie de
libros de Historia de la etnología fue producida con la intención de
facilitar una guía para que el estudiante de antropología se adentre al viaje
histórico del pensamiento etnológico. En la introducción de este primer
volumen, nos explica que la importancia de hacer este recorrido radica en
conocer los valores, preocupaciones e intereses que han marcado a la
disciplina y así lograr adentrarnos en la cultura antropológica.
Nos
dice que la etnología crece y se desarrolla en situaciones de contacto entre
diferentes culturas; cambios culturales internos, y se relaciona con la
praxis social de los antropólogos. Qué mejor momento para reflexionar sobre
la cultura antropológica que estos momentos de pandemia mundial en los que
probablemente dejarán una marca profunda en las técnicas e intereses
etnográficos de nuestra disciplina. Palerm hace énfasis en que cada
estudiante haga su propia lectura de los autores, los problematice y discuta
con ellos. Por ello decidimos reseñar este libro a la luz de nuestra
perspectiva y de nuestra época. Estos precursores del pensamiento
antropológico y de la descripción etnográfica cuentan con características que
siguen presentes en la disciplina académica moderna.
En el capítulo
uno, el maestro Palerm nos lleva a reencontrarnos con diferentes autores,
sobre todo historiadores clásicos que, en su contexto trataron de retratar
diversas realidades y distintos mundos desde múltiples intereses. En dichos
acercamientos es palpable la sensibilidad de Palerm para dotar de pincelazos
sobre algunas cualidades ideales para las y los antropólogos contemporáneos,
así como el hecho de dar cuenta de los contextos de donde partieron los
intereses de estos estudiosos.
En el caso de Herodoto enfatiza su obra
Historia, donde relata costumbres y vida de los pueblos del Sur de
Rusia. Palerm destaca la curiosidad viajera como un ingrediente del
antropólogo, asume que en el caso de Herodoto dicha cualidad hizo que pudiera
acercarse a diversas realidades y en medida de lo posible, aun con su
etnocentrismo, trató de hacer descripciones lo más apegadas a la realidad
posible. Por otro lado, aborda el trabajo de Platón otro griego que ha sido
pieza clave para las ciencias sociales, éste erudito iba más allá de las
descripciones de costumbres y formas de vida, pues reflexionaba sobre causas
y razones de los cambios sociopolíticos de su contexto. [Al igual de
Herodoto] A Platón lo caracterizó por su espíritu cosmopolita, lo cual le
permitió [dar cuenta y sobre todo] teorizar sobre los procesos de cambio
socio cultural y la división del trabajo de la Atenas de su tiempo.
[los procesos de]. Situado en la Atenas del siglo V a C. destaca el trabajo
de Tucídides quien observó y analizó a su propia sociedad. Lo que destaca
Palerm es su método, pues no sólo se limitó a lo que observaba, sino a
cotejar con lo que algunos informantes le argumentaban y con documentos
estatales. Dejando en claro que esta sería otra característica deseable para
la/el antropóloga/o contemporánea/o.
Otro gran pensador es
Aristóteles, quien fue pieza angular de la ciencia. Sobresale su carácter
interdisciplinario en sus análisis de las instituciones sociales, pues en su
obra Política, enfatiza aspectos tanto de la biología animal como humana, la
psicología, la física y la medicina. Con dicho ejemplo Palerm alude a la
apertura y diálogo que debe tener la/el antropóloga/o con las demás ciencias.
Otro de los eruditos destacados por Palerm y que echa mano de disciplinas
distintas es Estrabón quien comprendía a la geografía más allá del espacio,
pues sus descripciones sobre Iberia eran ricas en detalles, contextos y
temperamento social, lo cual se esperaría del quehacer
antropológico.
Palerm subraya que todos estos estudiosos escribían
por intereses y posicionamientos políticos, claro ejemplo de esto es César,
quien fue historiador, genio militar y político. Sus análisis de los pueblos
con los que se enfrentaba resultan un paralelo del uso colonizador de la
antropología en sus orígenes y en algunos casos en la antropología
contemporánea. Respecto a Catón destaca sus análisis económicos sobre la
unidad rural en Roma y sus visiones xenofóbicas que plagaban sus textos, sin
duda, una llamada de atención para los científicos sociales. Por otro lado,
Tácito al ser geógrafo, historiador y con especial interés en las clases
privilegiadas fue un precursor en la teoría de grupos estratificados; Palerm
destaca su capacidad narrativa, y su aportación de más información sin dar
paso a ambigüedades. Por último, Lucrecio poeta romano es el parteaguas para
la época pagana del mundo occidental, para dar paso a la era de la
cristiandad. Sus aportes tienen que ver con estudios de la evolución de la
sociedad y la cultura; Palerm enfatiza que aun en un contexto difícil por las
luchas, este autor tuvo la capacidad de hacer construcciones intelectuales y
de dar sentido a las transformaciones sociales de su sociedad, algo deseable
para el contexto pandémico que hoy viven a nivel mundial las y los
antropólogos.
El viaje histórico por el pensamiento etnológico al que
nos invita Palerm continúa en el capítulo II con las obras de los viajeros y
descubridores en la era de las exploraciones. En la primera parte, inicia con
los viajeros de los comienzos del Renacimiento. Comienza con Marco Polo, al
que considera el primer gran viajero de la era moderna. Las crónicas que el
veneciano realizó de su viaje hasta norte de China y su prolongada estancia
en el Extremo Oriente serán tan influyentes que crearán una imagen de Asia
que perdurará en Europa por siglos. Otro viajero es Ben Batuta, al que define
como un observador acucioso y fidedigno cuya información etnográfica y
geográfica es formidable, incluso el ámbito de su itinerario en su
peregrinación a La Meca es mayor que el de Marco Polo.
También nos
expone al misionero italiano Giovanni del Piano di Carpine (Hermano Juan), a
quien a sus 60 años el Papa le encomienda una misión extraordinaria y
peligrosa: establecer contacto con los mongoles, estudiar sus armas, sus
tácticas y organización militar e intentar cristianizarlos. El último de los
grandes viajeros es Cheng Ho, un alto funcionario de la corte, eunuco y de
religión musulmana, quien durante expansión territorial y marítima de China
con fines comerciales y de conquista escribió acerca de las hazañas del
imperio.
Mientras que, por un lado, Batuta, en sus crónicas de la
procesión religiosa, y Cheng Ho, en sus relatos sobre las conquistas
imperiales de la dinastía Ming, ven un mundo nuevo que era familiar y
acogedor y sus relatos pretenden estimular la fantasía de lectores y oyentes.
Por el otro lado, Marco Polo, motivado por el comercio, y el Hermano Juan,
motivado por la guerra, percibían a las tierras que visitaba como hostiles y
extrañas. Para Palerm, si queremos comprender las disímiles motivaciones y
percepciones que estos personajes tendrán en sus viajes por Extremo Oriente y
que están reflejadas en sus crónicas, es necesario entender el escenario que
los enmarca como individuos. En estos casos, será necesario para comprender
las crónicas vislumbrar la situación en que se encontraba el mundo cristiano
y el mundo mahometano.
En la segunda parte del capítulo, Palerm
distingue entre los viajeros del Renacimiento y los verdaderos descubridores
de la Era Moderna. Para el autor, los viajeros europeos estaban
familiarizados con las civilizaciones y pueblos de Asia por los constantes
desplazamientos; pero con los testimonios de Colón comenzó la época de los
descubridores de las tierras y culturas de un Nuevo Mundo. Entre los
descubridores, Palerm expone al conquistador español Álvar Núñez Cabeza de
Vaca, con sus crónicas acerca la vida de los recolectores y de los
cultivadores del norte de México; al misionero dominico Gaspar de Carvajal,
en su expedición por la selva oriental ecuatoriana; a Bernal Diaz del
Castillo, con sus crónicas acerca de Tenochtitlan y el Valle de México; a
Álvaro Velho, marinero que acompañó a Vasco da Gama hacia oriente; a Cardoso,
un explorador involuntario que relata el naufragio en el oriente sudafricano
del navío Santiago que viajaba de Portugal a la India; al portugués Fernán
Méndez Pinto, quien describe dos grandes ciudades chinas de Nanquín y Pequín.
Por último, Palerm, para quien la era de las exploraciones puede considerarse
finalizada con la llegada de los europeos al Extremo Oriente por África y por
América a través del Pacífico, decide cerrar la sección con las crónicas del
italiano Pigafetta, quien se embarca en una travesía con Magallanes alrededor
del mundo. Si bien autor no pretende exhaustividad en la indagación de sus
viajeros y descubridores, nos permite observar en aquellos que incorpora en
el capítulo el reflejo de cuestiones que interpela a los antropólogos
contemporáneos. En el caso de Colón, permite ver cómo un descubridor puede no
estar consciente de los hallazgos que tiene frente a sí. Asimismo, relatos
como los de Álvaro Vehlo, Cardoso y Pinto revelan un contacto constante entre
culturas y tierras que se presumen remotas. La crónica de Cabeza de Vaca en
México expone el valor de la observación participante para comprender la vida
de los sujetos, aún en situaciones extremadamente difíciles, frente a las
crónicas que se quedan en la descripción superficial como es el caso de
Colón. A su vez, con los ejemplos de Gaspar de Carvajal y Pigafetta, Palerm
nos señala cómo el marco de referencia del descubridor sus observaciones
pueden llevarlos a conclusiones falsas. Asimismo, reconoce en estas crónicas
y en las repercusiones en sus épocas, particularmente en el caso de Bernal
Diaz del Castillo y Pinto, la resistencia occidental de admitir otras
civilizaciones sean tanto o más complejas que las propias.
También, hay
casos como los de Cabeza de Vaca, Cardoso y Pigafetta, en donde los
infortunios y peripecias pueden llevar a algunas personas a convertirse en
exploradores involuntarios. De esta manera, a través de las crónicas de estos
viajeros y descubridores, Palerm nos sigue dando pistas para entender mejor
la antropología de hoy en día.
Por otor lado, en el capítulo tres
Palerm asegura que los precursores más cercanos a la antropología moderna los
encontramos en los misioneros y funcionarios de la época colonial que comenzó
en el siglo XVI. Las etnografías de estos personajes se basaban en su tarea,
la cual consistía en facilitar la colonización de pueblos no occidentales por
las naciones que encabezaban la expansión imperialista europea. Con ellos, se
desarrollaron nuevas técnicas de investigación con un estilo descriptivo
mejorado, con mayor énfasis en el empirismo, y cuya finalidad era que los
resultados pudieran ser utilizados. Es por esto por lo que Palerm los
considera como padres de la antropología aplicada.
La característica
de los personajes que nos presenta en este capítulo es que todos tenían como
interés último analizar a estos nativos para facilitar la conquista de los
territorios en donde estaban asentados. Sin embargo, todos tenían métodos,
principios e intenciones específicas. Es por esto por lo que decidímos
dividir a los precursores de este capitulo en categorías. Aquellos que
realizaron importantes descripciones etnográficas, pero cuyas acciones se
encaminaron más a la búsqueda violenta. Otros cuya metodología y
descripciones nos muestran un ávido interés intelectual por descubrir a los
seres y la naturaleza de este Nuevo Mundo. Finalmente, aquellos cuyo objetivo
específico fue el de recabar información para organizar y gobernar mejor a
los naturales (categoría en donde entran todos los funcionarios).
En
la sección de aculturación violenta coloco a Diego de Landa; sus métodos, y
su infame auto de fe de Maní, concluyeron con la quema de una gran cantidad
de ídolos y de códices mayas. Por esto, realizó sus escritos como defensa
para su juicio por usurpar el puesto de Obispo. Otro ejemplo es Pablo José de
Arriaga, cuya obra Extirpación de idolatría en Perú es rica en información de
las deidades del antiguo Perú, pero es notoria su inclinación a las
costumbres y ritualidades pecaminosas.
Hay otros misioneros cuyas
obras están más enfocadas a una curiosidad científica mucho más pronunciada.
Entre estos se encuentra Matteo Ricci que fue un misionero jesuita en China.
Su iniciativa para cristianizar (y occidentalizar) a la población china fue
enseñando conocimiento cultural y científico europeo a los intelectuales
nativos. En sus escritos podemos ver que su comprensión a la cultura china se
basaba en su intento por adaptar el cristianismo a la realidad cultural
china. Oviedo, por su parte, fue el primer cronista de los recién
descubiertos indios para Europa. Su obra Historia general y natural de las
Indias recolecta valiosa información descriptiva, aunque se inclinó mucho más
a los aspectos ecológicos de las islas caribeñas que de sus habitantes
humanos. José de Acosta fue otro misionero cuyo interés de una exitosa
evangelización lo llevó a realizar una profunda descripción religiosa nativa
y también a teorizar la hipótesis del origen de los nativos americanos como
migrantes de Asia.
En esta categoría también colocamos a Bernardino
de Sahagún, quien utilizó técnicas etnográficas válidas aun hasta nuestros
días: buscar informantes calificados, la contrastación de la información y
aprender la lengua nativa. Si bien hoy lo podemos leer solamente como una
descripción de la cultura náhuatl desde una perspectiva privilegiada, por la
selección y entrenamiento de los informantes, no podemos negar el énfasis que
hace Palerm del rigor y la disciplina de este misionero.
Finalmente,
entre los encargados de la administración y dominio de los naturales se
encuentran las ordenanzas del Rey Felipe II de España con las que mandó a
hacer entrevistas extensivas para conocer mejor sus dominios en el Nuevo
Mundo. Dentro de estas órdenes, el Virrey de Perú, Francisco de Toledo,
considerado como el “supremo organizador”, realiza su visita general del
Perú. Durante cinco años viajó por todas las tierras del virreinato, lo que
le permitió emitir la Ordenanzas del Perú para un buen gobierno en donde
provee una descripción de organización social de dichas
comunidades.
Conclusiones
No pudimos ahondar
en el cuarto y último capítulo, dedicado a aquellos “rebeldes y utópicos”. En
este nos muestra cómo no todos los involucrados en la conquista europea
tenían los mismos intereses de dominio y destrucción cultural. Hubo otros
como Las Casas, cuyos esfuerzos antropológicos se centraron en defender a los
indígenas y sus costumbres; mientras que otros se propusieron a idear y
trabajar en sociedades utópicas en donde los indígenas pudieran vivir un
cristianismo más tranquilo.
Con esto termina la exposición de los
esfuerzos teóricos y descriptivos previos a los comienzos de la antropología
académica moderna, de la cual los primeros evolucionistas ocuparon muchas de
estas narraciones como fuentes importantes para su problematización de las
variedades de la sociedad humana.
Para citar: Manuel Andrade. 2020. Reseña a «Historia de la etnología. Los precursores». : CIESAS - CdMx